Amores de veranos pasados

La cena.

by Espadachin

Tags: #D/s #dom:male #f/m #pov:top #Spanish #sub:female #Induction

Comencé a escribir esta historia a finales de verano del 2022 con la intención de que fuera como todas, una simple historia en un solo acto pero la cosa se fue alargando, la historia, tambien. Acabé la primera parte en el midterm de octubre y no fue hasta hace un par de semanas que se me ocurrió como podía continuar. Tras escribir la segunda parte, decidí que no van a ser tres partes, sino cuatro. Espero que os guste.

Había vuelto a la que era mi playa de infancia y juventud a desconectar durante unos días. Por la mañana me daba un baño y por las tardes solía salir a pasear y tomar algo, cámara en mano. La vi sentada en el banco del parque que llevaba a la cala, acariciando al perrito de otra persona. Era una de esas estampas que me gustaba retratar cuando salgo a hacer fotos por la calle. Se giró hacia mí y noté que había algo familiar en ella. Me di cuenta de que me miraba de forma inquisitiva y de pronto tuvo un destello de reconocimiento:

—¿Charly?

Las ruedas de su pensamiento fueron más rápidas que las mías, pero sonrió y mi cabeza de pronto también colocó todas las piezas en su sitio:

—Es José Carlos ahora, Olivia.

Olivia, mi crush adolescente y de primera juventud, estaba ante mí con 30 años más. El tiempo la había tratado fenomenal, su tez aceitunada, sus ojos verdes y esa sonrisa de 100 Vatios que me había dado la pista definitiva. Llevaba un vestido de verano que no ocultaba que seguía teniendo una figura envidiable.

—¿Cuánto ha pasado? ¿30 años?

—O más. Ya no recuerdo la última vez que pasé una noche en casa de mi tía.

En algún momento del pasado mi familia dejó de veranear en la casa de mi tía, en la costa, y perdí todo el contacto con los amigos de la capital que vivían allí.

—Al fallecer mi tía, mis primas decidieron gestionar la casa para alquiler vacacional, tenía unos días sueltos y la vi en Booking. Mis primas me la han dejado gratis y aquí estoy, recordando los viejos tiempos. Ahora ni siquiera vivo en España. ¿Qué es de tu vida?

—Pues me casé, tuve dos hijos, me divorcié y ahora estoy estupendamente.

—Ya puedo verlo. ¿Hay alguno más de la vieja pandilla por aquí?

—Solo he visto a Silvia que se fue el domingo. Marcos y Luis siguen viniendo con su familia, pero este año no hemos coincidido. Oye, porque no ejercemos de adultos, nos vemos para cenar y nos ponemos al día de todo. Ahora tengo que volver a casa, que mis hijos están con mis suegros, pero me llaman todos los días. ¿Te parece a las 9? Busca tú el sitio.

Intercambiamos teléfonos, la vi alejarse y tuve una certeza: treinta años después no era el adolescente tímido de entonces y esta vez, si Olivia consentía, las cosas iban a ser muy diferentes para los dos.

Reservé una mesa en la terraza de uno de los restaurantes que poblaban el paseo marítimo en la parte vieja de la ciudad. Sí, la ciudad había estallado como destino turístico en los 2000 y se había llenado de rascacielos feos pero la parte antigua aún mantenía su esencia de callejuelas y cuestas. No me había percatado de cuanto había echado de menos esta parte de mi juventud.

Oliva llegó con un poco de retraso, cuando yo ya estaba tomando una cerveza, y lucía espectacular, con un mono blanco que realzaba su tez morena y un escote que estaba a medio camino entre sugerente y provocativo. ¿Me estaba intentando insinuar algo? Bueno, tenía la noche para averiguarlo. Por suerte había metido un traje de lino en la maleta “por si acaso” y así no desentonaba con la coqueta Olivia, ya era coqueta de adolescente y, por supuesto, lo seguía siendo de adulta. Me levanté para recibirla.

—Wow. Nunca pensé que te vería en traje. Estás muy guapo.

—Y tú estás radiante. Creo que los años nos han mejorado a los dos, como a los vinos.

Ciertamente era así en mi caso. Había sido un adolescente bastante horrible, pero con el tiempo la cara se me había afinado y la barba, que ya vestía algunas canas, me ayudaba a darme cierto aire interesante. Para ser honesto confesaré que a mi cuerpo le vendría bien ir al gimnasio de cuando en cuando pero no me podía quejar de mi evolución. Ella simplemente era una versión mejorada de la adolescente que dejé de ver hace décadas.

La velada transcurrió entre cerveza y vino, pescado y marisco como tocaba en un sitio del litoral. Ella me contó que se ganaba la vida con una empresa de marketing digital después de dar algunos tumbos por aquí y por allá. Se había casado a los pocos años de dejar de vernos y había tenido dos hijos, la parejita. El año pasado se había divorciado, nada traumático, de mutuo acuerdo. Yo la puse al día de mis andanzas, como había tenido algunas parejas, pero nunca había llegado a casarme y como había trabajado en varios sectores y varios sitios. Ella protestó al saber que había vivido en Madrid y no se lo había dicho, pero cuando dejamos de vernos, nadie que no fuera ejecutivo tenía móvil. Finalmente, después de mucho ir y venir por España, había emigrado al extranjero y ahora trabajaba de formador en Londres.

—Y como te has dado cuenta esta tarde, mi afición es tomar fotos de bellas señoritas acariciando perros.

Olivia se rio, pero enseguida mudó la expresión a una más traviesa:

—¿Y qué me dices de esa otra afición que tenías? He visto el reloj de bolsillo. ¿Sigues intentando hipnotizar gente?

Mi cara fue de sorpresa total. ¿Estaba esto pasando en realidad? ¿Cómo era posible que Olivia recordara eso? La verdad es que no podía tener una mejor introducción.

—Bueno, intentando, ya no… Consiguiendo. Es algo que me sirve a nivel profesional también cuando imparto mis clases para ayudar a la gente a relajarse y enfocarse.

La mirada de Olivia se volvió un poco más inquisitiva, algo de repente le resultaba muy interesante.

—¿En serio? A mi me parecía divertido cuando jugábamos a eso, nunca pensé que fuera algo real.

—¿Me permites tu mano? ¿Zurda o diestra?

—Diestra.

—Entonces déjame la izquierda.

Realmente la mano me daba igual, pero creaba un poderoso efecto de “sé lo que estoy haciendo” y en la izquierda llevaba un anillo que pensaba utilizar. Era un ejercicio de sugestión muy simple que no causaba demasiado alboroto ni llamaba mucho la atención en la terraza. Puse su mano sobre la mesa y comencé con el fraseo que tantas veces había recitado.

—No voy a hipnotizarte, al menos no ahora. Simplemente voy a comprobar como de imaginativa eres porque al final, la hipnosis es imaginación. Quiero que elijas un punto de tu mano y lo mires fijamente, el anillo puede estar bien, y quiero que me escuches atentamente. Quiero que imagines algo para mí, Olivia. Quiero que imagines que estoy poniendo alrededor de tus dedos el pegamento más fuerte que puedas imaginar. Más fuerte que el Super Glue 3, el Super Glue 3000 por lo menos.

Mientras, iba pasando mi dedo índice por el contorno de la mano y dando pequeños toques aquí y allá en sus dedos y en el dorso.

—Quiero que sientas como toda tu mano queda pegada a la mesa, como estoy poniendo un gran peso en el dorso de tu mano para asegurar el pegamento. Tu mano y la mesa están completamente pegadas, fusionadas, son una misma cosa. ¿Qué sientes más pegada a la mesa, la palma o los dedos?

—Los dedos.

—Su tono de voz me indicaba que ya empezaba a estar en un pequeño trance.

—Cuando yo te diga, no antes, quiero que intentes levantar los dedos y te darás cuenta que están completamente pegados a la mesa y cuando más intentes levantarlos más y más pegada estará la palma de tu mano, cuando más intentes levantarlos, más pegada estará la mano a la mesa, más peso sentirás sobre ella. Intenta levantar la mano, Olivia.

Abrió la boca de asombro.

—¿Pero qué…? Que no puedo. Que de verdad no puedo. ¿De qué te ríes?

—Intenta ayudarte con la otra mano.

Cuando agarró la muñeca con su mano derecha para tirar me apresuré a tocársela.

—Y ahora esta mano también se queda completamente pegada.

—¡Ya te vale! ¿Me vas a tener así mucho rato?

—Cuando te toque las manos estás se despegan completamente.

Se las toqué y tras separarlas se puso a mirarlas como para buscar algún resto del imaginario pegamento. Madre mía, era muy buena sujeto, tremendamente hipnotizable. ¿Cómo iba a terminar esto?

—Wow, simplemente wow.

—Y esto no es nada, no te he hipnotizado “de verdad”.

—¿Y cuando lo vas a hacer?

—Piano, piano. ¿O quieres que lo haga aquí en medio?

Nunca había visto a nadie ruborizarse de forma tan bonita. Un momento, ¿ruborizarse? ¿Por qué?

—Lo imaginaba.  ¿Te apetece una copa? ¿Buscamos un sitio?

Y la sonrisa de 100 vatios dijo:

—Por supuesto. Te llevo yo que no he dejado de venir aquí ni he abandonado a los amigos durante 30 años.

Ouch.

I want to say thank you to the various author that inspire me to write better: HypnoS, Scifiscribler, Jukebox, Mordren and Wiseguy. You are here in some way or another.

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