La stripper
by Espadachin
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#memory_playVivir en países distintos y una pandemia de por medio había retrasado hasta el infinito este día que estaban disfrutando. Durante los meses pasados habían gozado con el sexting, con sus confesiones sexuales, con descubrir nuevos fetiches pero ahora estaban uno frente al otro y el juego de la seducción había subido de división.
Ella y su curiosidad infinita se habían pasado meses indecisas con el fetiche que a él le fascinaba: la hipnosis erótica. Pero ahora estaba con él, en la terraza de su bar favorito (al menos había tenido la decencia de venir él, quién algo quiere algo le cuesta) con la magnífica vista de la bahía, flirteando como hacía tiempo que no lo hacía.
En lugar de optar por un vestido, que era una opción mucho más lógica, llevaba falda y blusa. Siempre había bromeado sobre lo sexy que era cuando trabajaba y había preferido esa combinación para demostrarle que era verdad. Eso y su marca de la casa: los taconazos.
“Entonces, ¿me vas a hipnotizar o no?”, dijo ella divertida.
“Eso depende por completo de ti. De si quieres o no, y durante todos estos meses has estado muy indecisa pero algo se podrá hacer… Belén.”, le respondió él haciéndose el resignado.
De repente Belén dejó de ser Belén. Su personalidad quedó relegada al fondo de su mente y otra persona, la striper, ocupó su lugar. Se levantó y comenzó a bailar sexy al son de una música que provenía de alguna parte, Annie Lenox y su versión del “I Put A Spell On You” comenzaron a guiar sus movimientos. Sus dedos soltaron su larga coleta, su pelo giró siguiendo el ritmo de la canción. Sus manos acariciaban su su cuerpo y se apresuraron a desabrochar su blusa y entonces la música cesó. Ella se dirigió a su butaca y continuó la conversación en el mismo punto en el que la había dejado:
“Ya sabes que no me gusta perder el control. Que si me atas, muerdo, que si me pones contra la pared, te doy una patada.”, no podía dejar de reírse.
“Y yo no me he cansado de decir que si el control siempre lo tienes tú y que no harás nada que no quieras hacer. Y si quieres salir de hipnosis, sales… Belén.”, respondió un un tono algo dominante, diríase que atutoritario.
Y ahí estaba otra vez la música que la impulsaba a ponerse en pie y bailar. No sabía de dónde había sacado el autocontrol para desabrochar su blusa en lugar de arrancar los botones. Sentía las miradas de todos en la terraza posadas sobre ella y eso la excitaba aún más. Ella, que era tímida cuando quería pero otras veces se soltaba la melena, literalmente en este caso. Saberse objeto de deseo de todas las personas a las que les gustaban las mujeres y objeto de envidia de todas las mujeres presentes. La lencería provocativa que había elegido estaba mostrando su primera pieza mientras se dejaba acariciar por los acordes de la canción. I’m yours right now…
Belén solo quería bailar sobre sus tacones al ritmo que le marcaba Lennox, seducir a todo el mundo allí presente. Y la falda se le cayó. Sabía que junto con su mente curiosa e inquisitiva, todo su cuerpo era su arma más poderosa. La genética había sido generosa pero además lo había trabajado a fondo. Era un aluvión de curvas al que muy pocos podían resistirse. Y además envuelta en esa lencería. El suyo no era un cuerpo, era un regalo a punto de desenvolverse y entonces…
La canción volvió a parar y ella recuperó su lugar y su cocktail. Completamente ajena al hecho de que estaba en ropa interior se percató de la mirada de deseo que le dirigía su acompañante.
“¿Te gusta lo que ves? Te dije que siempre voy muy sexy al trabajo. Si te portas bien a lo mejor tengo una sorpresa para tí luego y me dejo hipnotizar.”, dijo ella mientras hacía resaltar su escote, aún pensando que estaba sugiriendo a través de su blanca blusa.
“Prefiero que antes termines lo que estás haciendo.”, contestó el con tranquilidad y autoridad. “Belén.”
“¿Terminar? ¿Terminar el qué?”, la cara de incomprensión le duró poco, los breves instantes de transición entre ella y la striper.
I put a spell on you... Estaba dando el espectáculo y se estaba poniendo cachondisima. Todo el placer que estaba procurando al personal volvía a ella multiplicado por tres. ¿Cuánto le había costado que nadie le llamara la atención? ¿Iba a poder volver a este lugar después de esto? Le daba igual. Solo veía miradas lujuriosas y deseosas a su alrededor y estaba dispuesta a darles la guinda final. I put a spell on you… Provocó, insinuó. Se bajó los tirantes, se tapó momentáneamente su esplendorosas tetas mientras les daba la espada para que vieran su no menos esplendoroso culo. El sujetador voló y se giró pero, coqueta, con un brazo sobre sus pechos. Se resistía a mostrar su tesoro. Finalmente, deshizo los cierre laterales de su tanga que ya exhibía una mancha evidente y acabó mostrándose en toda su gloria con los brazo en alto because you’re mine y entonces…
Entonces la realidad se disolvió delante de sus ojos. No estaba en la terraza de su sitio favorito, estaba en su salón. No había un público observando su baile, solamente él la estaba admirando. Lo único que vestía eran sus tacones. La humedad en sus partes bajas sí que era muy real. Y había un par de cócteles sobre la mesa, eso también era real pero, ¿qué estaba pasando? ¿No estaban en el club? ¿Y la gente?
“Recuerda”, dijo él con esa media sonrisa tan suya y chasqueando los dedos.
Y recordó, vaya si recordó. Obviamente, no había tardado mucho en saciar su curiosidad y la había hipnotizado esa misma mañana, en la playa, escuchando las olas. Sabía lo mucho que le gustaba bailar y habían negociado esa escena a la hora de la siesta entre asaltos de placer. El resto es historia, la había vuelto a hipnotizar, implantado las sugestiones y ella pasó el resto de la tarde y noche pensando que nunca había sido hipnotizada hasta esta última copa en casa.
“Te dije que no hacía falta que me hipnotizaras para que te hiciera un striptease”, dijo con un mohín.
“Y yo te dije que me gustaba más así y creo que no vas a tener queja ninguna de lo que lo has disfrutado tú. ¿O crees que te iban a dejar desnudarte en la terraza del club? Ahora ven aquí”, le contestó mientra le hacía el gesto con el dedo para que se acercara. “Que ese coño necesita que se lo coman y yo necesito que alguien me baje esta erección. Recuerda que te he hechizado…”
“Porque soy tuya…”, y Belen, cayendo a cuatro patas, gateó hasta el prometedor regazo.