Ha sido un día más en tus vacaciones, descansar , correr un poco, y ahora estás con una cerveza en la playa, esperando la puesta de sol, tu momento favorito del día.

La temperatura es perfecta después de un día de mucho calor, sales del agua y te sientas en tu tumbona para disfrutar de cómo se oculta el sol antes de irte a cenar. La brisa te acaricia mientras el sol va desapareciendo por el horizonte, las sombras se alargan.

Pero algo pasa en tu mente y en tu cuerpo. Conforme notas como los rayos de sol te van acariciando por última vez ese día, comienzas a sentir pesadez, cansancio. Una niebla se va adueñando de tu mente, poco a poco, cada vez te cuesta más pensar. Cada vez te cuesta más mover tu cuerpo.

Mientras miras como el sol se oculta van desapareciendo tus preocupaciones, tus problemas. Tu extremidades se tornan flácidas, laxas. Podrías moverlas si quisieras pero, ¿para qué? Se está tan a gusto aquí. Vas dejando que la niebla invada tu mente, la vas notando cada vez más y más nublada. No puedes pensar en nada, cada vez que intentas tener un pensamiento, este simplemente hace “pop” y desaparece. Te vas quedando vacía, en blanco.

Todo tu cuerpo está muy relajado mientras miras la puesta de sol y no lo sabes muy bien pero por alguna razón ignota tienes una idea de lo que pasará cuando desaparezca del todo. Es más, lo deseas, lo estás esperando. Tienes una vaga noción de que no es la primera vez que te sientes así, pero cuando intentas pensar en ello, el pensamiento se transforma en humo y se te escapa de entre tus dedos.

Notas como ya es imposible moverte, como tu mente está totalmente embotada pero a la vez sientes placer, deseo, excitación. El último rayo se oculta tras el mar y tus ojos se cierran, tu cabeza cae hacia un lado con un suave suspiro. Solo permaneces así unos instantes, enseguida tus ojos se abren pero miran si ver, es una mirada perdida, vidriosa, no hay nadie en casa en estos momento.

Te levantas y recoges tus cosas. Sabes muy bien hacia dónde tienes que dirigirte ahora.