La bibliotecaria

by Espadachin

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María tiene un socio de la biblioteca un tanto especial que siempre le pide el mismo libro y ella siempre lo lleva a la misma sala. Después no recuerda mucho más.

Esta historia está construida sobre una fantasía que tengo desde hace tiempo que implica corromper a modosas bibliotecarias (tengo varías amigas bibliotecarias y todas me inspiran tremendo morbo) y tomando ladrillos de lo que le he ido leyendo a @la-chacha-gris

El colgante se reflejaba en los cristales de las gafas de María mientras sus ojos se movían de lado a lado siguiendo el movimiento pendular. Estaba de rodillas, en una sección restringida de la biblioteca, bastante alejada de aquellas que frecuentaba el público.

Su postura delataba el liguero que vestía en ese momento, muy alejado de la ropa conservadora que solía llevar hace un tiempo. Una de sus manos sostenían su sueter de lana burdeos a la altura de sus clavículas para mostrar su sujetador, un negro translucido que tampoco hubiera osado llevar antes. Mientras, otra mano luchaba con la cintura de su falda, corta para los cánones conservadores que acostumbraban a regir su vestimenta, para localizar su clítoris.

Su mente estaba perdida en una nebulosa de recuerdos (¿implantados?), de la excitación que sentía en esos momentos y en las palabras que susurraba la persona dueña del colgante.

Todo había comenzado un tiempo antes. Ignoraba si meses o semanas, cuando alguien le preguntó por un libro específico de filosofía que no atinaba a encontrar. María guió a la persona a la sección de la biblioteca mientras escuchaba un extraño discurso sobre cómo esta filosofía específica nos ayudaba a relajarnos, a liberarnos de nuestras inhibiciones, a dejarnos llevar, a aceptar que debemos someternos a una voluntad más férrea que la nuestra...

María sacudió la cabeza, parpadeó un par de veces y se encontró sola entre unas estanterías que le costó reconocer sin tener la más remota idea de como había llegado allí.

Después de aquel día el ritual se repitió de forma periódica: María recibía una tarjeta donde le solicitaban un libro, siempre el mismo, y seguía a la persona (un momento, ¿por qué seguía a la persona si era ella la que conocía dónde estaba el libro?) hasta ese rincón recluido y privado de la biblioteca. Una veces era un colgante, otras un reloj, otras una espiral, o simplemente se perdía en los ojos de la otra persona mientras su mente era reprogramada.

De forma paulatina, la modosita chica católica comenzó a liberarse y hacer lo que siempre había deseado y estaba reprimido, estudiar el porno y su impacto cultural en la sociedad, vestir de forma gradualmente más provocativa, no ocultando sus curvas incluso ya estaba jugueteando con la ídea de llevar escotes.

Pero en el presente, la mirada de María estaba perdida mientras la persona seguía erosionando las inhibiciones de su educación. Su voz, que no percibía como propia sino como algo ajeno, repetía sus mantras para interiorizarlos cada vez más.

Un chasquido de dedos lo interrumpió todo, frente a ella, una entrepierna desnuda. María estaba en topless, el jersey y el sujetador a sus pies y su pelo algo alborotado, se mordió el labio inferior y miró suplicante con sus grandes ojos marrones esa media sonrisa tan familiar últimamente. "Te has portado muy bien hoy, has sido una buena chica. Recibe tu recompensa." Y la cada vez más corrompida bibliotecaria se apresuró a demostrar con abnegada entrega sus dotes en el campo del sexo oral. Toda su razón de ser se reducía a ese momento.

Lamió con fruicción el cuerpo desde la base hasta la cabeza, no dejó ni un centímetro libre de su saliva. Después se aplicó a besar el glande, su lengua se movía intentando dar el máximo placer posible a lo que sentía en su boca. Ella solo estaba allí para ello, no ya es que la habitación o la incómoda postura hubieran dejado de importarle, es que incluso la polla había dejado de tener dueño, solo existía para procurarle placer a... eso. Era el motivo último de su existencia.

Su cabeza se movía con énfasis ayudada por la mano de su amo entrelazada en su pelo. Su saliva le corría por la barbilla y le caía sobre su escote Todo él estaba reducido a esos centímetros de carne que llenaban su boca. Siguio durante minutos, tal vez horas, puede que días. Imposible saberlo, no llegaba luz a esa oscura sala. Una voz lejana dijo algo y ella se aparto para recibir algo caliente en su cara y sus pechos.

Era un espectáculo lamentable pero, por algún oscuro motivo que no alcanzaba a comprender del todo, eso la hacía muy feliz. Sonreía como la bimbo en la que se estaba convirtiendo.

Agitando la cabeza, María volvió en sí. Esta situación se estaba repitiendo mucho últimamente pero no le daba la menor importancia, eran simplemente cosas que pasaban. Se dirigió de nuevo a su puesto de trabajo pensando si esa noche volvería a soñar con hombres lobo que la sometían con su masculinidad.

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