—¿De veras pretendes que alguien se fije en tus ojos con ese escotazo, Carol?
Carol soltó una risita nerviosa. Claramente su compañera de piso no lo estaba consiguiendo. Tenía la vista clavada en su canalillo.
—Estoy segura de que ni tú misma serías capaz de hacerlo y eso que son tus pechos y los has visto miles de veces. ¿Qué apuestas a que no consigues mantener la mirada en tus ojos delante del espejo?
—Los baños durante un mes—, dijo Carol.
—Acepto. Cinco minutos aguantando tu mirada en el espejo sin mirar ese escote.
Su compañera estaba loca. ¿Cómo iba a ella a tener la necesidad de mirarse el escote? Un mes sin limpiar los baños…
—La verdad es que lo tienes fácil para ganar la apuesta porque tienes unos ojos muy bonitos. Es muy sencillo mirar tus ojos y perderse, Carol. Es natural no querer mirar a otro lado que a tus ojos.
Sí, la verdad es que tenía razón. Tenía unos ojos muy bonitos, incluso detrás de esas gafas que le daban esa mirada lánguida de las miopes. Su compañera seguía hablando pero era extraño. Se centraba en sus ojos, no en sus tetas. Si quería ganar la apuesta debería animarla a que bajara la vista pero continuaba hablando de su mirada. Una mirada para perderse, para caer, para dejarse llevar.
No sabía si habían pasado los cinco minutos, diez o veinte. Carol escuchaba sin oír. Las palabras de su compañera eran un ruido de fondo constante, melódico, tenían un ritmo, una cadencia…
—Ya han pasado los cinco minutos, Carol, ya puedes bajar la mirada.
Y cuando su vista se posó en su escote, todo se fundió en negro.