Le gustaba ir a playas con calas recónditas y desiertas donde poder hacer topless a salvo de mirones. Estaba disfrutando de su soledad cuando un chico apareció y se le tumbó a unos metros. Era guapo, a lo mejor podría tener compañía esa noche para cenar y lo que surja.

Era verdad, las olas tenían una cadencia, un ritmo. Y la voz de ese chico era tan tranquila. Le gustaba, le propondría cenar esta noche y el postre sería ella, ya lo tenía claro. Pero cada vez se sentía más adormilada con la cadencia, el ritmo de las olas.

Sus manos recorrieron sus pechos y sus muslos, sus ojos no dejaban de mirar al chico guapo, sus oídos solo eran para sus palabras. El calor interno y la excitación crecían por momentos, al mismo tiempo que el agua la acariciaba de ida y vuelta. De repente no pudo contenerse más, un orgasmo brutal recorrió todo su cuerpo al mismo tiempo que volvía a la realidad. Sudorosa, jadeante le preguntó al chico «¿Qué me has hecho?» y el chico le respondió que solo un pequeño anticipo de lo que disfrutaría esa noche.