El unicornio
by Espadachin
Pauline estaba exultante. Habían pasado una velada estupenda con la amiga que querían convertir en algo más y ahora estaba viendo como su amo subyugaba a Isaura con su colgante favorito, el que ella siempre llevaba a todos lados, y la melodiosa cadencia de su voz.
Ambos se habían enamorado de ella cuando la conocieron en el club de swingers y tras el flirteo inicial con ella y su pareja habían decidido seducirla esta noche. Todo había salido a la perfección, la cena, las intimidades, el buenrollo. Su amo no tenía muy claro si era él el que se la había llevado a la cama o era ella la que se los había llevado a ambos.
Tras un par de revolcones, los tres estaban sudorosos y despeinados sobre la cama pero la noche aún era larga y su amo le mostró a Isaura el kink que practicaban con más asiduidad, el poder de la hipnosis erótica con Pauline como su pobre (y deseosa) víctima.
Isaura había escuchado rumores en el club de lo que hacía esa pareja y en parte fue por el morbo y la curiosidad que le despertaban por lo que había accedido de tan buena manera a cenar con ellos. Y no le habían defraudado. Estaba sin palabras tras ver a Pauline tener un poderoso orgasmo con una simple orden de su amo o sentir un placer extremo mientras le acariciaba el brazo. Para ella la hipnosis ni siquiera era algo que pensaba que fuera real y ahora le estaban enseñando como era la definitiva herramienta del placer. Se desabrochó colgante de cuarzo rosa y le pidió al amo que lo hiciera, que la hipnotizara. Hasta la gente más escéptica conoce el poder de los mitos.
Y ahí estaba Pauline, recostada en la cama, casi siendo hipnotizada ella misma por la piel caoba de Isaura, tumbaba de través en la cama, que contrastaba con sus blancas sábanas mientras los ojos verdes seguían el colgante que su amo balanceaba. No solo estaba exultante de que todo hubiera salido mejor de los esperado, también estaba muy cachonda. No tenía muchas ocasiones de disfrutar de su kink siendo espectadora en lugar de parte activa y no se pudo resistir a aprovecharse de la ventaja que tenía.
A su amo no le importó que comenzara a comerle el coño, era una sensación más que añadir a la letanía de palabras que mantenían a Isaura en ese punto entre el mundo real y el de los unicornios. Su lengua recorrió cada recoveco de su vulva, si ser hipnotizada no la ponía cachonda, al menos que lo hiciera con esa ayudita. Luego subió besando su vientre hasta sus pechos grandes y firmes. Aún era perceptible el sabor salado de la cubana que había ejecutado primorosamente un rato antes. Sobó, besó y mordisqueó lo que pudo. Tener una persona completamente a su merced era lo único que sacaba la dominante que Pauline llevaba dentro.
Los ojos verdes ya no se movían de lado a lado sino que estaban fijos en el prisma que giraba a pocos centímetros de ellos. Pauline hizo amago de lanzarse a por la boca pero un gesto de su amo la detuvo. “Al rincón. Postura nadú”. Se lamentó con un quejido largo e infantil pero adoptó la posición arrodillada que le habían ordenado, la que condensaba toda su sumisión. Vio como, un par de veces, Isaura despertaba y se erguía para caer nuevamente a los pocos segundos. Su amo la estaba fraccionando, quería llevarla bien profundo. Y una tercera vez vio a la mulata levantarse, sus ojos eran unas esmeraldas vacías y su amo estaba susurrando órdenes al oído. Bajo de la cama y se puso delante de ella.
Era más alta que Pauline y desde su posición tenía que mirar un poco hacia arriba para verle los pechos. Entonces tuvo la corazonada y sonrió como solo ella sabía hacerlo, supo lo que su amo pretendía y eso la alegraba y la excitaba a partes iguales. Isaura comenzó a bambolear sus tetas mientras su amo le pedía que se fijara en cómo se movían de lado a lado…
Era su inducción favorita…