Clara estaba desnuda de cintura para abajo en el aseo de empleados de la tienda, recomponiendose. No sabía muy bien como había pasado. Recordaba vagamente que la chica que le acompañaba habia dicho que él llevaba reloj de bolsillo porque era old-fashioned e hipnotizador.

Minutos despues estaba dentro el probador con su ropa desastrada. La chaqueta en el suelo, los pantalones abiertos, la camiseta levantada y el sujetador bajado. No dejaban de mirar el reloj que se balanceaba delante de sus ojos mientras la otra mano del hipnotizador jugaba con sus pezones y su entrepierna.

Le susurraba cosas al oido que sabía que eran importantes pero que no lograba recordar del todo. Entre el estado hipnotico y su propia excitación todo estaba muy borroso. ¿Qué hostias acababa de pasar? Tenía las pulsaciones a mil mientras intentaba limpiar la prueba del delito de sus bragas. Su coño seguía húmedo y caliente, sus pezones seguían duros.

¿La acababa de hipnotizar y masturbar un cliente? Es más, ¿cómo había sabido que siempre había fantaseado con ser magreada por un cliente en los probadores? Las imagenes seguían siendo un torbellino en su cabeza: el reloj, la sonrisa, las mano en sus tetas... Y la voz. La voz a la que siempre le decía que sí. La voz que le preguntaba si estaba de acuerdo con lo que iba a hacerle, la voz que le preguntaba si podía desnudarla, la voz que le preguntaba si podía tocarla. La voz que sacaba una sumisa que solo existía en la intimidad de su hogar. La voz que le preguntaba detalles de su vida que una voz monótona, que no reconocía como suya, respondía. La voz unida al movimiento del reloj a la que se había entregado sin remedio.

La voz que le decía que lo olvidaría todo al volver a salir al area pública de la tienda hasta que, al salir del trabajo, alguien le dijera un frase muy especial.